29 abr 2009

Los avatares

Como personajes de ficción estamos hechos de palabras. No somos diferentes a Ulises; al igual que él en las páginas de la Odisea, somos una suma de palabras y de palabras se construye el mundo. De Rama, Arjuna, Eneas o Ixbalanque podemos tener los atributos si ponemos la fuerza del deseo en las palabras que nos forman. Eso se llama "conjuro".

Lo digo porque ayer tuve enojo. También miedo.

Por la mañana salí a la tienda. Compré cigarros y coca-cola. En la parada del camión había cinco personas esperando el pesero. Todos traían cubrebocas. Todos lo traían de gargantilla. En la tienda nadie ostentaba un cubreboca excepto yo. Me sentí fuera de lugar. Como si en mi pueblo no fuera necesario por no ser precisamente la Ciudad de México.

Después, para darle provecho a las improvisadas vacaciones, me fui con la computadora al patio. Casi nunca paso en él más de dos minutos, así que me pareció buena idea pasar el rato ahí, leyendo o estando en el messenger (que es otra cosa que casi nunca hago). Además estaban haciendo el aseo en mi piso.

No imaginé que fuera tan placentero. Había olvidado que tenía un patio amplio y bello. Olvidé, también, que por él atraviesan aves, mariposas, ardillas y que son como 15 las diferentes especies de árboles que se pueden reconocer a simple vista a la redonda. Parece una broma; es casi como estar en un bello remedo de Chapultepec.

Luego de un rato se empezó a llenar de gente ahí afuera. Dejó de ser placentero, así que decidí volver a mis cuatro paredes. En la mudanza de libros y computadora pude ver que el hijo de la señora que hace el aseo se quitó su tapabocas y estornudó. No le di importancia.

Horas más tarde mi madre, que es doctora, lo revisó. El niño tenía fiebre alta, tos fuerte, secreción nasal, falta de apetito, cansancio y dolor corporal. Temí lo peor. Mi madre le dijo a la señora que llevera a la de ya a su hijo al hospital. Cuando se fueron, luego de haberme lavado hasta los codos y con cubrebocas puesto, limpié toda la casa con cloro. Cada recobeco, cada chapa, el control de la tele, todo. Aunque, pensé, si el niño efectivamente tuviera eso que temí él tenía, poco servía la limpieza, pues había estornudado junto a mí y horas antes del estornudo me había pasado mi celular después de sobarse la nariz con la misma mano.

Tuvo enojo.

Antes de dormir (debían ser las 5 o 6 de la tarde) vi un águila pasar frente a mí, a un metro de distancia. Todas las mañanas y todas las tardes la escucho graznar, mas nunca la había visto, y menos tan cerca. Bajaba por las escaleras cuando pasó en picada frente a mí. Y entendí el culto rendido a ella. Recordé, además, mi segundo apellido. Se posó en el cableado eléctrico que pasa junto al portón de la entrada de la casa. Pude contemplarla; su pico amarillo, su plumaje café, sus patas amarillas, sus garras firmes en el cable y unas alas cerradas que no necesitan presumir. Realmente era un águila, mas no era un Águila Real, por supuesto. Apenas el doble de grande que una paloma. Pero tenía el garbo y la firmeza de cualquier ave mayor. Era un ave mayor.

Sentí envidia. No de su libertad ni de su indiferencia ante el virus: Tuve envidia de su firmeza. Se veía inquebrantable, invencible. Deseé que el hecho de contemplarla fuera suficiente para recibir ese atributo que me faltaba ante el razonable miedo de portar aquel invisible enemigo, hacerme de ese atributo que sólo ostento en el apellido; Aguilar. Y comprendí a mi apellido como un adorno aspiracional, silabas de oropel muy lejanas al brillo de la suma de palabras que se posaron en el cableado. Palabras de oro. Llamé a mi madre para que pudiera contemplarla, y cuando mi madre abrió la ventana para verla, ésta emprendió el vuelo.

Las palabras no explican las cosas; hacen las cosas. El virus es tal porque así lo hemos nombrado. De no existir la palabra "virus" y lo que hubo detrás para dar con la palabra "virus", todo esto sería obra de los dioses. Del mismo modo, el garbo y la firmeza se adquieren de palabra para verse en las acciones. Decidí ganarme, ante el miedo y la incertidumbre, el apellido. Aunque fuera sólo de palabra. Porque soy endeble y vulnerable decidí de palabra no ser endeble y vulnerable. Limpiarme un poco el oropel.

Dormí sin miedo. Me vacuné contra el miedo. De tener el virus iría al hospital sin miedo. Sólo debía esperar lo que dijeran los medicos que atendieron al niño.

Hoy desperté más sano que de costumbre. Hasta mi giba se había perdido. La señora del quehacer llegó a hacer el aseo a los vecinos del tercer piso y nos dijo que su niño tenía una faringitis fuerte. Sólo una faringitis.

Así son los avatares del destino. Y aunque sigo siendo vulnerable, aunque sigo siendo de oropel, ya le saqué, a base de palabras, un poco lustre a la suma de palabras que soy.

9 comentarios:

Nayeli G dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ivan Ortega-López dijo...

pues no se si para poema...
la manera en que narras el suceso hace parecer que este post no es una anecdota sino un cuento

Unknown dijo...

Qué susto!

Aurora también se enfermó, pero no fue la enfermedad de moda.

Yo digo que sí es para poema.

Roberto Cruz Arzabal dijo...

Qué chingón texto, Lalo. Una visión de lo que puede pasar en el encierro, virus, águilas, una vida.
Abrazos y salud.

Anónimo dijo...

me agradó su texto. la psicosis que nos entregan los medios (o miedos, si podríamos decirles a los méndigos)no es para menos, pero creo que de todo este caos salen cosas chidas como ésta...
muchos saludos, man!
nos seguimos leyendo.

edegortari dijo...

Naye: Te amo.Nena.

Eliud: Ojalá se recupee pronto Aurora.

Iván, Naye, Eliud: Poema narrativo no se vale?

Roberto: Muchas gracias. Me apeno.

Esther: Ojalá salgan mejore cosas aún.

Saludos a todos.

Alberto Espejel Sánchez dijo...

te has fijado qué cielos tan hermosos ha habido en nuestra ciudad estos últimos días?

y las calles, hermano, la luz nos recuerda a base de colores que sigue siendo primavera

estos días he escrito más poemas que nunca

estos días algunos hermanos andan en el miedo, otros en el análisis, otros indiferentes, cada quien tendrá su lucha, lo innegable es la belleza, esa queaguarda paciente todo el tiempo, no importando que algunos digan que el mundo se viene abajo, la belleza nos cubre en un manto sagrado

admiro tu propuesta: ser aguilar ante la encrucijada, volar con firmeza, elegirse imperturbable y dar en el blanco

Cronos dijo...

Aquí hay consenso: éste es un gran texto. Me gusta tu denominación, poema narrativo.

Ya decía yo que estos días iban a darnos un poco de arte...

edegortari dijo...

Alberto: Tienes mucha razón; el cielo en estos días ha estado hermoso. Hermosísimo.

Cronos: nombre, mano, gracias por el piropo. Y sí, poema narrativo es una denominación olvidada.

Saludos.