11 dic 2011

Stretch Out And Wait

Will the world end in the night time ?
(I really don't know)
Or will the world end in the day time ?
(I really don't know)
The Smiths

Desperté en la tarde, casi de noche, después de haber dormido unas pocas horas. El día anterior y la mañana del sábado estuvieron plagados de momentos en parte difíciles y en parte memorables. Fiel a sus costumbres, la naturaleza no toma en cuenta nuestro estado de ánimo o nuestra prevención; estaba en la cama fingiendo no haber despertado cuando empezó a temblar. Habitar un cerro de roca volcánica trae consigo algunas pequeñas seguridades: aun viviendo en la Ciudad de México, difícilmente un terremoto podría derrumbar mi casa; antes de que eso pasara el resto de la urbe desaparecería.

Al principio del temblor, que me sorprendió por su magnitud mas no me espantó, pensé en aquellos que no pueden darse el lujo de quedarse en la cama mientras tiembla: si se sentía con fuerza aquí, en el valle algo, mínimo un mosaico, se debía estar cayendo. Sólo hasta que pasaron 30 segundos o más del temblor decidí salir de la casa. Esa duración anormal no tenía buena pinta. En el recorrido hasta la puerta le dije mentalmente a las paredes "stretch out and wait". Acaso por ser una emergencia menor y por no verme en peligro me di el lujo de citar sin querer una canción de los Smiths. Sin embargo la consigna aún me parece precisa: muros, aguanten y esperen; estírense y esperen: esperen, al menos, a que yo salga.

Afuera me esperaba la ironía de la naturaleza: lo primero que vi al salir fue la luna llena, indiferente al pánico que más de uno vivió durante el temblor. Recordé de inmediato la cuarentena que propició la influenza hace dos años en la ciudad. En particular recordé que en algún día de encierro vi un águila pasar frente a mí en el patio para posarse después sobre el cableado eléctrico. En aquellas semanas, donde el sentimiento más común fue la vulnerabilidad, aquella águila paseaba sin miedo al contagio. Nunca olvidaré esa imagen que ya es para mí un símbolo de lo invencible. Esta vez la luna llena me pareció un símbolo del desdén de la naturaleza hacia nosotros.

Aunque escribió una excelente crónica sobre el más reciente terremoto en Chile, 8.8 El miedo en el espejo, Juan Villoro dice en el prólogo de Tiempo transcurrido que los temblores no le parecen asuntos literarios: "Desconfío de aquellos que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo". Sin embargo el temblor de ayer, al no rozar la catástrofe, se prestó para muchas cosas: Nunca he vivido una situación de peligro mortal ni una emergencia propiciada por la naturaleza; los huracanes y demás fenómenos naturales me son ajenos. Aun así, el más mínimo temblor me recuerda la fragilidad de todas las cosas. Ante esa mínima probabilidad de no vivir para contarla pienso irremediablemente en las cosas que no he hecho y en las cosas que no he dicho: pienso en que he perdido el tiempo. Los pequeños temblores son propicios recordatorios para evitar la procastinación.

Afuera de la casa y a oscuras me supe previsiblemente ileso. Aún debía confirmar que en el valle, habitado por gente que quiero, no había ocurrido lo peor. Twitter me reveló que no había pasado nada realmente, al menos en la Ciudad de México. Pronto mis amigos empezaron a reportarse y compartir el susto. La narración del miedo sólo es posible sugiriéndolo: aludían a él a través de la experiencia: El que desde el cuarto piso bajó para presenciar un mínimo apocalipsis en la acera por el desalojo de un centro comercial; quien tuvo que pasar el temblor en un edificio de la Condesa, colonia siempre apta para vivir y pasear, pero nunca la mejor para sortear movimientos telúricos. Noté que para muchos el miedo o la falta de sosiego provenía no del temblor presente sino de los futuros y los pasados. Dice Juan Villoro que los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma. Cierto. Lo malo es que dicho sismógrafo nunca podrá ser exacto al predecir en el momento si este temblor será aquel que iguale al trágico temblor del 85; si este será el terremoto que siempre estamos esperando. Otros no pueden evitar sentir miedo por el pasado: cada nuevo temblor les remueve la memoria: les recuerda una ciudad vuelta añicos.

En mi caso, sólo puedo hablar de algunas cosas a través de su ausencia: a veces uno sabe qué tan importante es el éxito o el amor porque es justo lo que falta en el paisaje. La imagen más clara que conservo de un temblor que no viví, el del 85, es la colonia Juárez. No puedo ver aquellos parques improvisados, aquellas canchas de futbol hechas de concreto, sin pensar que ahí antes se levantó un edificio. Me aterra imaginar que el lugar donde uno vive puede no existir al día siguiente y que alguien más sólo reconocerá nuestros sitios por el vacío posterior. Esos parques, esas canchas, acaso son otra forma de los escombros. El terremoto que aún no llega lo conocemos en la Ciudad de México por su afortunada ausencia: está en esos segundos que no duró este temblor, en la magnitud que no alcanzó.

Más tarde, pasado el susto, bajé al valle en coche y me encontré calles oscuras, vidrios rotos y pequeñas cuarteaduras a medida que me acercaba al centro de la ciudad. Vi que un edificio se quedó sin mosaicos en la planta baja y supe que, al menos por unos días, ahí habría una ausencia: un vacío en el paisaje: un recordatorio.

Al no ser una catástrofe puedo llevar a mis terrenos este temblor. Puedo decir que no quiero que en los momentos de peligro me atraviese el pensamiento de que faltó algo por hacer. Como dije al principio, había tenido días agitados desde antes de que temblara; por lo mismo, sería tonto de mi parte no haber aprendido algo este sábado telúrico. Por nada del mundo quiero que el futuro me alcance. Uno también tiene paredes (y son frágiles) y en las emergencias emocionales no está de más decirse "aguanta y espera, aguanta y espera", porque, más allá de las consecuencias, todo pasa en algún momento, como los temblores.





4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena narración de tu experiencia del temblor. Me gustó mucho. Yo estaba trabajando en la computadora y cuando sentí el temblor miré a través de la ventana y pude ver la luna, esa luna hermosa, impasible ante lo que pasaba aquí... y pensé que podía morir tranquila (pensamiento fugaz y pesimista).

edegortari dijo...

Muchas gracias, qué bueno que te gustó. Parece que la luna nos dejo´pensando a varios. Acaso no sean los mejores los pensamientos pesimistas pero al menos el tuyo era tranquilo. Saludos.

Sergio Ceyca dijo...

¿Has leído el cuento del entierro prematuro de Poe? "Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de mera ficción. Los simples novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o desagradar. Sólo se tratan con propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el más intenso "dolor agradable" ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé o de la muerte por asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como ficciones, nos parecerían sencillamente abominables."

edegortari dijo...

Sin duda nadie pudo decirlo mejor, Sergio. Abrazos.