2 feb 2011

Juan Villoro y Café Tacvba: ideales renancentistas

Alguna vez escuché, no sé dónde, que el que sólo sabe de una cosa en realidad no sabe nada. Podria apostar que se lo escuché en clase a Federico Álvarez, pero no estoy seguro. El hecho es que ese axioma renacentista me cayó bien: una palmada en la espalda para alguien que siempre ha querido hacer más de una cosa en su vida. Sin embargo tampoco considero válido decir que el que sólo sabe una cosa no sabe nada; yo sería menos lapidario. Quizás dejaría la cita en: el que sólo sabe una cosa, no sabe gran cosa.

Hace poco leí Tiempo transcurrido de Juan Villoro, acaso el libro más emblemático de la primera etapa del autor, cuando aún se notaban mucho las influencias de la Onda. En parte el libro refleja cuán marcada estuvo la suerte literaria de Villoro por el temblor del 85: Su segundo libro, Albercas, fue publicado sólo porque el temblor que removió las oficinas de Joaquín Mortiz logrando que el manuscrito resaltara durante el reacomode sobre las pilas de libros por publicar. Tiempo transucurrido corrió un destino igual de extraño: es un libro de "crónicas imaginarias" que cuenta una crónica año por año, desde 1968 hasta 1985. Villoro asegura en el prólogo que no quería formar su libro apartir de años cerrados, sino contar sus crónicas sin tomar en cuenta el sistema decimal, ni otra agrupación artificiosa. Por supuesto no se imaginaba que terminaría contando el trancurrir de años simbólicos; la historia entre el 2 de octubre y el 19 de septiembre. Así, su libro tiene el aire de recordar una época emblemática entre dos años cruciales de nuestra historia; contó la historia de un ciclo cerrado sin proponérselo, aunque los múltiplos de diez no hayan tenido vela en el entierro.

Pero si un elemento abarca todo el libro es el rock: la música ocupa todos los espacios y alcanza el lugar de la narración detrás de la narración. Su importancia en el libro sólo podría compararse a la que tiene la Ciudad de México en las mimas páginas. Según Villoro en el prólogo, su intención era hacer literatura a partir de música. Para él y sus personajes, el rock es más que un ruido de fondo o el soundtrack dela historia: es el detonante, es el catalizador, es el eje en el cual transcurren las vidas que el imagina tomando como paisaje el Valle de México y demás sitios del país. La música es el determinante de las pasiones de los aquellos que viven por su pluma; otras veces es el motivo epifánico a través de cual un personaje comprende el rompecabezas de su vida. Villoro es creyente del azar: pertence al clan de aquellos que aseguran que una historia tiene otra historia que la complementa y la explica. En este libro el autor es sólo un oráculo que completa lo que empezó el azar: junta al protagonista con su otro protagonista: la canción capaz de decir los motivos y las consecuencias de su vida.

Pero aquel que cree en los poderes de azar, sabe que su propia historia puede depender de las aventuras de alguien más: A finales de los ochenta en la Escuela Nacional de Artes Plásticas se formó un grupo de rock fundamental para el género en México: su primer nombre sería, por poco tiempo, "Alicia ya no vive aquí". En 1992 lanzarían su primer disco con el nombre de Café Tacvba tomando como sencillo una canción emblemática: "Las batallas". Basada en el libro de José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto, esta canción llevaría muchos lectores hacia un libro que nació a partir de una canción; un bolero cubano que decía "Por alto que esté el cielo en el mundo,/ por hondo que sea el mar profundo...". La música se volvió materia de la literatura y, años después, vuelve a su origen, pero enriquecida. De pronto se forma una triada difícil de disolver: si alguien de mi generación lee el libro de Pacheco no puede evitar pensar en la canción de Café Tacvba y viceversa. Incluso es complicado escuchar la canción original y no pensar en el libro posterior y la canción que reunió ambos elementos en escasos 3:25 minutos. A veces el arte mismo es una estructura fragmentada que espera a que alguien junte las piezas: la historia que sucede mientras suena una canción y la canción que relata ese encuentro son caras de una misma obra de distintos autores.
Mucho antes, cuando Café Tacvba aún no se llamaba así, uno de sus integrantes, presumiblemente Joselo, leyó ávidamente el libro de Juan Villoro. Tal vez se reconoció en la música mencionada o en algunos de los personajes del libro; el hecho es que esa huella que dejó en él aquel libro de la colección Biblioteca Joven del FCE sería sumamente importante para lector y autor y (ay, destino) ninguno se daría cuenta hasta mucho después.

Años después el éxito vendría para Villoro y Café Tacvba. Ya para el año 2000, Villoro ganó el Xavier Villaurrutia por su libro La casa pierde y Café Tacvba publicó dos discos imprescindibles para la discografía del rock mexicano en los noventas: Re y Revés/Yo soy. Quién diría que la lectura que años antes hiciera uno de los tacvbos, presumiblemente Joselo, al libro de Villoro saldría de las tinieblas para volverse el título del disco recopilatorio de Café Tacvba: Tiempo transcurrido. Me imagino a Villoro entrando a la tienda de discos, paseando su mirada entre los anaqueles de novedades, hasta descubrir que el grupo de rock decidió titular su disco de grandes éxitos, para finalizar un ciclo donde su música fue detonante y explicación de tantas historias, como aquel libro en el que él describió una época entera. El milagro ocurrió otra vez: lo que empezó por la música para llegar a la literatura volvería al origen. Y es que difícilmente podría haber un mejor título para el disco recopilatorio de una banda que marcó su tiempo; porque "marcar un tiempo" no signinfica vender miles de discos ni tener cientos de conciertos: marcar una época se logra cuando la gente utiliza tu música para vivir y explicar sus desventuras y alegrías: cuando tu música deja de ser tuya porque ahora es parte de la vida de otro.

Descreo de un afán soberbio de Café Tacvba detrás del título de su disco. Sin duda es el homenaje hacía un autor y una lectura que los marcó profundamente, emepezando, presumiblemente, por Joselo.

¿Qué habrá pensado Villoro al comprar el disco y escucharlo en su estéreo? ¿Se habrá imaginado que el título de ese libro que aborda una época pasada para él cuando lo escribió serviría de título para otra obra que abarca igualemente a una generación futura a la del libro? Tiempo transcurrido, el libro, terminó por volverse el vínculo secreto entre dos generaciones donde la música del azar movió las piezas detrás de las piezas: la música. Sin duda, al escribir que quería hacer literatura a partir de música no imaginó que alguien más haría música a partir de su literatura.
Como colofón a esta historía, el azar terminó por unir a Villoro y a Joselo en el 2002 en la película Vivir mata. Villoro debutó como guionista en esa película y Café Tacvba grabó el soundtrack. En lagún lugar de la Ciudad de México se vieron Joselo y Villoro para componer juntos la letra y la música de las canciones que sonarían durante la película (pueden escuchar las canciones aquí): el soundtrack de otra crónica imaginaria donde música y literatura, desde el origen, fue lo mismo: Así como el que sabe de dos cosas sabe más de dos cosas, el que une dos cosas hace una tercera cosa. Villoro y Café Tacvba: puros ideales renacentistas.



4 comentarios:

Roberto Cruz Arzabal dijo...

Lindo recuento de encuentros fortuitos y planeados. Debo leer el libro de Villoro para aquilatar mejor tu post (bueno, por eso y porque no dudo lo que vale).
Tengo muchas deudas de lectura con el ensayo y la narrativa de los 90 (que subsanaré), no así con el rock. Crecí también (y creo que un poco más que ustedes) con ese soundtrack.
Por eso me entristece la falta de arrojo de los discos más recientes de los tacubos, por eso mi encabronamiento con la farsa e reunión de Caifanes, por eso mi extrañeza con La Lupita y su recurrente plagio de sí mismos.
No reniego del rock de los 90, reniego del rock hecho ahora por aquellos que lo hicieron bien en los 90.

Un abrazo, poeta.

edegortari dijo...

No dudes en comprar pronto el libro de Villoro. Además de que cuesta 60 y tantos pesos sin descuento del FCE, ya está por acabarse la edición: sólo quedan ejemplares en las librerías del Colmex, del FCE y la Poniatowska (la del centro de Tlalpan). Comprendo tu extrañeza ante los últimos discos de Café tAcvba. Aunque fue un disco que a mí me cautivó d eprincipio a fin, se nota que tiene muchas deudas con sus anteriores discos y con lo que haía ofrecido a sus fans de la década pasada. En cuanto a Caifanes no sabré que decir hasta verlos en vivo, aunque hubiera preferido que no se reunieran. Es tan raro como si los smiths se reunieran (por no decir los BEatles, pero no caben Caifanes y los BEatles en el mismo post). Creo que más bien eres un renegado de las bandas que se descomponen como zombis: qué falta de dignidad la de nuestros rockeros. Muchos abrazos.

Unknown dijo...

Es curiosa la manera en que la ciudad ha hecho que se crucen una y otra vez los caminos de la literatura y la música. Más aún en el caso específico de Villoro y Joselo. Coincido con Roberto en renegar de lo que han hecho en los últimos años aquellas bandas, pero no lo lamento tanto pues me parece un proceso de descomposición natural y no nada más de los rockeros mexicanos. Ahí tienes a Liam Gallagher o a Billy Corgan aferrándose a continuar la línea de proyectos que ya dieron de sí.

Por otra parte el post me hizo pensar en ese sinsentido de nuestros tiempos que es la hiperespecialización y que no se limita a la educación superior, aunque ahí es donde se notan más sus estragos, sino incluso en el arte cuando es reducido a objeto de consumo. Así tenemos un montón de subgéneros del rock, cada uno pensado para una audiencia tan específica como artificial. Rastrear la relación ya no de una canción de rock con un bolero cubano sino con una novela es poner de manifiesto la frase con la que empiezas el post, que a mi parecer no exagera en su rigor lapidario; en efecto, quien sólo sabe de una cosa no sabe de nada.

Anónimo dijo...

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