12 abr 2011

La Barranca y Piedad Ciudad

Esta reseña apareció en el Horizontal.

Aunque se editó el año pasado, hasta ahora he visto en tiendas el nuevo disco de La Barranca, Piedad Ciudad; un homenaje a la Ciudad de México, a las calles de la ciudad más grande del mundo. Con su maestría característica, La Barranca retoma uno de sus tópicos favoritos: la urbe, el asfalto, el hecho de vivir en una ciudad donde, parece, el Apocalipsis ocurrió hace mucho. Siempre recibo con especial gusto cada nuevo disco de La Barranca, en especial por la admiración que me causa que un grupo de esa magnitud exista en México. Y es que su líder, José Manuel Aguilera, si algo ha demostrado desde el ya mítico Odio Fonky, que hizo junto a Jaime López, ha sido la perseverancia, la posibilidad de hacer buena música donde parece imposible.

Hace muchos años en la desaparecida revista Switch apareció una chusca lista de equivalencias entre grupos mexicanos y anglosajones. Una pertinente aclaración de los editores señalaba: algunos grupos autóctonos son mejores que los extranjeros; otros…solamente son autóctonos. En la lista venían Maná (con su equivalencia en The Police), La Gusana Ciega (Foo Fighters), Resorte (Korn), etcétera. El único caso que no supe si era burla o no fue con La Barranca; la equivalencia asignada era nada más y nada menos que Radiohead.

Por supuesto sería exagerado compararlos en una lucha de iguales. Sin embargo La Barranca lleva muchos años siendo de los mejores y más propositivos grupos de México. En el camino poco les ha importado el éxito comercial o la crítica multitudinaria que sólo conoce los términos “chido” y “aburrido” para calificar a una banda. Muchas veces aclamado como “el secreto mejor guardado de la música mexicana”, La Barranca ha logrado sortear los peligros de hacer un rock “culto”, con un estilo muy definido, gracias una virtud fundamental: no buscar complacer a nadie, ni a sí mismos ni a los escuchas habituales de rock mexicano.

Piedad Ciudad sobresale por marcar el discreto pero constante cambio de una agrupación que ha tenido como única preocupación la calidad. Tiene, ciertamente, el sello característico del grupo, pero también demuestra una continuidad en la evolución del mismo. No es un disco conformista: contrario a lo imaginable, La Barranca, más que repetir un estilo, lo ha ido perfeccionando con los años. En ese aspecto le ha hecho, involuntariamente, un tributo perpetuo a su nombre: estamos ante un grupo que no cambia abruptamente, sino que se modifica por la erosión, por el pulimento del paso del tiempo. Pareciera que su misión desde el principio ha sido ir hacia lo más profundo de sus capacidades y sus características. Canciones como “Jamás debí volver” y la abridora “En el fondo de tus sueños” son prueba de ello.

La música muestra sin miedos nuevamente la influencia de King Crimson pero con variaciones que vale la pena mencionar: Aguilera es cada vez más astuto al tocar la guitarra. Se ha vuelto con el tiempo un guitarrista que aprecia más el fraseo perfecto que el garigoleo exhibicionista (o “guajoloteo”, como dicen los que saben). Si bien se extraña la compañía de Álex Otaola en la guitarra (parte fundamental del mejor disco del grupo: El fluir) Aguilera cumple bien con la tarea en solitario. Por otro lado, el bajo de Federico Fong se nota en un momento especial que no se veía desde que tocó en El nervio del volcán de Caifanes. Las letras siguen a la ciudad como concepto, pero también perforan territorios conocidos para La Barranca: la realidad borgeana (“Posiblemente imposible”) y el encuentro amoroso (“Flecha”).

Aunque por YouTube ronda un cover de “Karma Police”, La Barranca es más que el Radiohead mexicano: es el grupo arriesgado por definición en México. Piedad Ciudad los remarca como dueños de una música posiblemente imposible.


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