26 may 2010

De qué hablo cuando de libros y dinero

No sé si falta para que entre en vigor la ley del libro o ya entro; lo que sé es que las librerías ya han cambiado algunas estrategias de venta. Si uno entra a Gandhi dos hechos extraños: la sobrepoblación de libros en inglés y la mesa de Mondadori con volúmenes etiquetados como "producto exclusivo".
El primer hecho lo celebro (por cierto, mientras checaba el twitter de Eliud noté que no soy el único gozoso). En especial la llegada de un cargamento de Vintage con sus Murakami y sus Pamuk y sus Roth y Larsson a precios que dejan en franca desventaja a las ediciones en español. What I Talk About When I Talk About Running y The Girl Whit The Dragon Tatoo en 129 pesos es una locura. La diferencia de precios raya entre los 50 y los 200 pesos en comparación con las ediciones en español. Lástima que el requisito para que valgan la pena estos títulos es saber inglés. No son pocos los que quedan fuera. De cualquier forma la estrategia es loable: de seguir así la competencia con las editoriales gringas, las españolas tendrán que bajar sus precios. Además, los libros en inglés son más bonitos; nada que ver con el mal gusto de Planeta para las portadas. El segundo hecho no lo celebro para nada. El catálogo que Mondadori ha puesto a disposición de Gandhi es demasiado bueno: todo Marsé, todo Sontag y mucho Ballard, entre otros. Uno ve las mesas de productos exlusivos y sabe por qué a Gandhi le viene y le va si el precio es único: ahora sólo ellos lo venden. Lo curioso es que éstas son reacciones que pocos previeron a la ley del libro. Las otras no llegan aún pero ya las sabemos: Los editores de libros de textos se volverán requete millonarios vendiendo más caro y las librerías de viejo, si se ponen las pilas en su promoción, cobrarán cierto auge ante los precios (ya lo veo venir) que aumentarán en los libros nuevos a corto y mediano plazo. Sí, a largo plazo bajarán y será lo mismo cualquier librería y todos serán felices y contentos, pero mientras nos tendremos que acostumbrar (cómo sufro, caray) a las magníficas ediciones gringas.
El punto adverso seguirá siendo el mismo: no habrá más lectores, los libreros pequeños (en especial los de viejo) seguirán siendo flojos: ni siquiera son capaces de subir sus catálogos a internet. Para mí el mejor lugar para comprar libros seguirá siendo la única librería del puerto de Veracruz, en el callejón de Miranda en el Museo de Fotografía junto a la Plaza de armas, porque ahí están todos los libros que aquí, en México, se acaban pronto; allá ni quien sepa que tiene esa librería y si lo saben no les importa mucho.